Todos tenemos una misión en la vida. Y si no la tenemos, deberíamos esforzarnos en tener una. Creo que la mía consiste en interesarme por la vida de la gente, en fijarme en los cambios que afectan a la sociedad, en observar las tendencias actuales y pasadas, a echar una mirada cariñosa y sin concesión al alma y al corazón de los seres humanos, a ofrecer un espejo a mis contemporáneos para que puedan redescubrirse, a sugerir nuevas formas de ver el mundo en vez de contentarse con las tradiciones y las mentalidades estereotipadas. Mi misión es hacer películas.
El personaje del director de recursos humanos me interesó porque sentí que su misión era volver a descubrirse a sí mismo, algo muy próximo a lo que hace el cine.
Por eso decidí consagrarle una película. Tiene una misión misteriosa, se le ha impuesto, pero poco a poco se convierte en parte íntegra del personaje: es íntima y personal, pero también tiene una importancia nacional. Es una misión en la gran tradición griega y del teatro shakesperiano.
Su misión consiste en aprender a vivir con los muertos o, mejor dicho, en revelar y explorar la vida a través de la muerte. La muerte tiene el rostro de una mujer notable cuya sonrisa enigmática evoca a la Mona Lisa. ¿Quién puede resistirse a semejante mujer? Desde luego, ni el director de recursos humanos ni yo… Por eso emprendí este viaje con él, con ella y con todos los demás pasajeros.
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